viernes, 6 de diciembre de 2013

La leyenda de la cabeza del Rey Don Pedro

Busto del Rey Don Pedro / Fotografía: Javier Espejo
En el centro de Sevilla, se encuentra una calle llamada Candilejo, la cual es protagonista de una de las leyendas más conocidas de la ciudad. En la esquina más ancha de esta calle, se puede apreciar un busto de medio cuerpo de un caballero medieval, coronado, con manto real sobre sus hombros, con un cetro en la mano derecha y con una espada en la otra. Esta estatua que se halla expuesta en una hornacina (hueco en forma de arco), representa al rey don Pedro I que fue rey de Castilla desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte. Don Pedro I de Castilla, aunque nació en Burgos, fijó su residencia en Sevilla, y era llamado el Cruel por sus detractores y el Justiciero por sus partidarios. Se decía de él que tenía un defecto físico que hacía que le rechinasen las rodillas al caminar, el cual pudo comprobarse después de su muerte.

Cuenta la leyenda que el rey don Pedro, en una de sus noches locas, a altas horas de la madrugada, tuvo un duelo con uno de los miembros de la familia Guzmán,  hijo del conde Niebla, que apoyaba las aspiraciones al trono del hermano bastardo del rey. El ruido de la reyerta despertó a una anciana que vivía en esa misma calle y que, asomada a la ventana con la lumbre de un candil, intentaba ver que ocurría. El monarca mató a su contrincante y salió huyendo al comprobar que lo iluminaban, y la anciana, que seguía asomada a la ventana, llegó a oír, junto con los pasos, el rechinar de los huesos de la rodilla. La mujer cerró la ventana rápidamente y con tanta fuerza, que se le cayó el candil a la calle junto al cadáver.

Copia del candil de la anciana / Fotografía: Javier Espejo
A la mañana siguiente, se supo en toda la ciudad que el que murió era un caballero importante y la familia Guzmán exigía que se aclarasen los hechos y que encontrasen al culpable. Fue tal la presión, que Pedro I  prometió encontrar al asesino en un plazo de veinticuatro horas y dijo: “cuando halle al culpable, haré poner su cabeza en el lugar de la muerte”.

A los pocos días, se trajo a juicio a la anciana dueña del candil que encontraron en el lugar del asesinato, y que fue testigo de lo ocurrido aquella noche. Ésta, a pesar de admitir que sabía quién era el culpable, se negaba a declarar. Don Pedro se acercó a la anciana y le prometió que si contaba lo que había visto no le pasaría nada. La mujer sacó un espejo y lo puso frente a él, diciéndole: “esta es la cabeza del asesino”. Una vez alabada la astucia de la anciana, ordenó que se le entregara la recompensa que existía por su captura y luego mandó a llamar a la familia de la víctima, a la que comunicó que podía ir al lugar del suceso, pues allí mismo se expondría la cabeza del causante de la muerte.

El alguacil recorrió las calles de Sevilla escoltando un carro sobre el que iba un cajón de madera recia con una tapa clavada con grandes clavos, donde se suponía que estaría la cabeza prometida. Acto seguido, se colocó la caja en una hornacina que se cerró con una verja, la cual no dejaba entrever qué había dentro. La gente se quedó defraudada, pues no se podía ver su contenido ni saber quién había sido el asesino.

Pasaron ocho años y el rey don Pedro fue asesinado por su hermano bastardo y, una vez muerto, cuando se abrió la caja y se descubrió su contenido, se comprobó que se trataba de un busto del fallecido monarca. El rey cumplió con su palabra de poner allí la cabeza del culpable, pero no la de carne y hueso, sino de mármol, y allí se encuentra todavía.



Fuentes:

-Grosso, Manuel:  Sevilla, ciudad de leyenda ; Ed. Jirones de Azul; Sevilla 2009

-Escultura e Imaginería. Daniel Pineda Novo. En: Cosas de Sevilla. Grupo Andaluz de Ediciones. Sevilla, 1981.

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