Busto del Rey Don Pedro / Fotografía: Javier Espejo |
En el centro de Sevilla, se
encuentra una calle llamada Candilejo, la cual es protagonista de una de las
leyendas más conocidas de la ciudad. En la esquina más ancha de esta calle, se
puede apreciar un busto de medio cuerpo de un caballero medieval, coronado, con
manto real sobre sus hombros, con un cetro en la mano derecha y con una espada
en la otra. Esta estatua que se halla expuesta en una hornacina (hueco en forma
de arco), representa al rey don Pedro I que fue rey de Castilla desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte.
Don Pedro I de Castilla, aunque nació en Burgos, fijó su residencia en Sevilla,
y era llamado el Cruel por
sus detractores y el Justiciero por
sus partidarios. Se decía de él que tenía un defecto físico que hacía que le
rechinasen las rodillas al caminar, el cual pudo comprobarse después de su
muerte.
Cuenta la leyenda que el rey don Pedro, en una de sus noches locas, a altas horas de la madrugada, tuvo un duelo
con uno de los miembros de la familia Guzmán,
hijo del conde Niebla, que apoyaba las aspiraciones al trono del hermano
bastardo del rey. El ruido de la reyerta despertó a una anciana que vivía en
esa misma calle y que, asomada a la ventana con la lumbre de un candil,
intentaba ver que ocurría. El monarca mató a su contrincante y salió huyendo al
comprobar que lo iluminaban, y la anciana, que seguía asomada a la ventana,
llegó a oír, junto con los pasos, el rechinar de los huesos de la rodilla. La
mujer cerró la ventana rápidamente y con tanta fuerza, que se le cayó el candil
a la calle junto al cadáver.
Copia del candil de la anciana / Fotografía: Javier Espejo |
A los pocos días, se trajo a
juicio a la anciana dueña del candil que encontraron en el lugar del asesinato,
y que fue testigo de lo ocurrido aquella noche. Ésta, a pesar de admitir que
sabía quién era el culpable, se negaba a declarar. Don Pedro se acercó a la
anciana y le prometió que si contaba lo que había visto no le pasaría nada. La
mujer sacó un espejo y lo puso frente a él, diciéndole: “esta es la cabeza del
asesino”. Una vez alabada la astucia de la anciana, ordenó que se le entregara
la recompensa que existía por su captura y luego mandó a llamar a la familia de
la víctima, a la que comunicó que podía ir al lugar del suceso, pues allí mismo
se expondría la cabeza del causante de la muerte.
El alguacil recorrió las calles
de Sevilla escoltando un carro sobre el que iba un cajón de madera recia con
una tapa clavada con grandes clavos, donde se suponía que estaría la cabeza
prometida. Acto seguido, se colocó la caja en una hornacina que se cerró con
una verja, la cual no dejaba entrever qué había dentro. La gente se quedó
defraudada, pues no se podía ver su contenido ni saber quién había sido el
asesino.
Pasaron ocho años y el rey don
Pedro fue asesinado por su hermano bastardo y, una vez muerto, cuando se abrió
la caja y se descubrió su contenido, se comprobó que se trataba de un busto del
fallecido monarca. El rey cumplió con su palabra
de poner allí la cabeza del culpable, pero no la de carne y hueso, sino de
mármol, y allí se encuentra todavía.
Fuentes:
-Grosso, Manuel: Sevilla, ciudad de leyenda ; Ed. Jirones de Azul; Sevilla 2009
-Escultura e Imaginería. Daniel Pineda Novo. En: Cosas de Sevilla. Grupo Andaluz de Ediciones. Sevilla, 1981.
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