domingo, 23 de noviembre de 2014

El hombre de piedra

En el barrio de San Lorenzo, cerca de la Alameda de Hércules, existe una calle llamada Hombre de Piedra, un nombre peculiar que está ligado a una curiosa leyenda de la ciudad hispalense. La denominación de tal callejuela, que antes se hacía llamar Buen Rostro, proviene de una estatua de mármol desgastada situada en una hornacina a mitad de dicha calle. Pues esta estatua, sin valor aparente, es la protagonista de esta pequeña historia.

El Hombre de Piedra / Fotografía: pablo-rejano.blogspot.com
Nos trasladamos hasta el siglo XV, exactamente hasta llegar al reinado de Juan II, época en la que los fieles estaban obligados por devoción a  arrodillarse ante el Santísimo Sacramento cuando éste pasaba por la calle, acción que se ha ido perdiendo con los años hasta convertirse en una simple inclinación de la cabeza. Y para que tal obligación se llevase a cabo, el propio rey Juan II dictó la siguiente norma: 

"El rey i toda persona que topare el Santísimo Sacramento se apee, aunque sea en el lodo so pena de 600 maravedises según la loable costumbre desta ciudad, o que pierda la cabalgadura, y si fuere moro de catorce años arriba que hinque las rodillas o que pierda todo lo que llevare vestido..."

Una ley que queda esculpida en mármol y que puede verse en la calle Villegas, debajo de la llamada Cruz de los Polaineros, cuyo lugar era y sigue siendo uno de los más concurridos de la ciudad. 

Cruz de los Polaineros / Fotografía: sevilladailyphoto.blogspot.com
Pues bajo esa norma, cuenta la leyenda que un conocido matón del barrio llamado Mateo El Rubio, se encontraba en una taberna situada en la calle del barrio de San Lorenzo con sus amigos, cuando escuchó un campanilleo que provenía de dicha calle acompañado de varias voces que rezaban. Cuando el sacerdote que presidía el cortejo, acompañado de algunos fieles, se acercó hasta la puerta de la taberna, todos se arrodillaron ante el Santísimo, excepto Mateo, que alegaba que dicha acción devota ponía en jaque a su reputada valentía. De repente, un fulminante rayo llenó de luz la taberna y, situándose sobre El Rubio, castigó a aquel que se negó a postrarse tras el paso del Santísimo a convertirse en piedra para toda la vida.  

Y ahí quedó en la calle a la que dio nombre, postrado sobre sus rodillas como si de un castigo ejemplarizante se tratase. 


Fuentes:

-Grosso, Manuel: Sevilla, ciudad de leyenda ; Ed. Jirones de Azul; Sevilla 2009